En el caso del país que nos ocupa,
hay que decir que la especie de vampiros que nos ha tocado sufrir, lo son en
grado superlativo, es más, es tanta seguridad de que ya no queda ningún
ciudadano que no se haya transformado en zombi en Bananalandia, que se permiten
hacer mofa y befa de las leyes creadas por ellos, e incluso se burlan de las
normas dictadas ad hoc, para su misma protección, vivir para ver qué diría
Alfredo Amestoy.
No contentos con lo logrado, ávidos
de poder, para conseguir sus tan ansiados objetivos pensaron que lo mejor sería
dividir el país en diecisiete reinos, Mas... ¡Coño! digo, más uno central, en
el cual reinaría el padre de los vampiros, o el sire según algunas
publicaciones, este sería elegido según su capacidad para atraer y controlar a
más zombis a su causa, esto es muy importante, ya que los zombis son un peligro
incluso para los vampiros cuando estos pierden el control sobre ellos. Si nos ponemos
a hacer cábalas y jugar con los números veremos que diecisiete más uno son
dieciocho que dividido por tres, nos salen, tres seises. o sea 666, el número
de la bestia. Deberíamos habernos dado cuenta de que estaban utilizando
técnicas del averno, pero por desgracia no fue así.
La ilusión por un nuevo amanecer pudo
más que la prudencia, dejando una vez más los ciudadanos el poder de decisión en
manos de tan execrables seres. Sin hacer alharacas en silencio, llegando
acuerdos con sus pseudos rivales, fueron infiltrándose, minando los cimientos,
y echando sus pestilentes raíces en
todos los ámbitos de la sociedad.
Abducidos por los vampiros, así están
muchos de nuestros representantes en el papel de los Renfield comemierda de
turno, haciendo el trabajo sucio a sus mentores. Mientras tanto ellos, los
vampiros mayores, algunos llegados mediante la política y otros que siempre han
estado ahí, disfrazados, al lado de todos nosotros, están en sus despachos,
visten de Armani, algunos más antiguos llevan tirantes rojos para evitar
apreturas, desde sus atalayas se dedican a dictar las leyes al oído de sus
esclavos, los que ellos han puesto ahí para controlar a los zombis.
Sí, siguen estando ahí, frotándose las
manos, relamiéndose de gusto cada vez
que alguno de los habitantes de Bananalandia cargado de ilusión, inicia las
pertinentes gestiones para poner un pequeño negocio o firmar una hipoteca.
Los babacas* (babaca: En lenguaje popular brasileiro, tonto,
gilipollas) así se llamaban los
habitantes de Bananalandia, solían ir
apresurados de un lado a otro con una sonrisa bobalicona dibujada en la cara
cada vez que iniciaban alguna de esas gestiones, todo eso hacía que pareciese que
eran seres humanos normales, aunque todos deberíamos haber sospechado, ¿Pero
quién iba a ser el que criticase tamaña felicidad? Al fin y al cabo cuando a
uno le han sorbido el cerebro pierde su capacidad de autocrítica y todo el
sentido común.
Como zombis, así iban los babacas* por la calle. (como iban a ir
si no, al fin y al cabo es lo que eran... ejemmm, eramos.) Los vampiros habían logrado su
objetivo, la población iba de un lado a otro a las carreras dejando en cada
jornada millones de litros de sudor y sangre, licor de vida para los vampiros, estos
previamente habían copado todos los
puestos de responsabilidad de la administración, incluso algunos vampiros
menores, aquellos situados en lugares claves de la administración, tal como
concejales y hasta algún que otro ordenanza o escribiente se permitían la
libertad de pegarle un lengüetazo a los babacas.*
logrando de esa manera chupar algo de su sudor, cuando estos se acercaban a
hacer alguna gestión.
Continuara...
Continuara...
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