viernes, 25 de enero de 2013

Los Vampiros y su obra


En el caso del país que nos ocupa, hay que decir que la especie de vampiros que nos ha tocado sufrir, lo son en grado superlativo, es más, es tanta seguridad de que ya no queda ningún ciudadano que no se haya transformado en zombi en Bananalandia, que se permiten hacer mofa y befa de las leyes creadas por ellos, e incluso se burlan de las normas dictadas ad hoc, para su misma protección, vivir para ver qué diría Alfredo Amestoy.
No contentos con lo logrado, ávidos de poder, para conseguir sus tan ansiados objetivos pensaron que lo mejor sería dividir el país en diecisiete reinos, Mas... ¡Coño! digo, más uno central, en el cual reinaría el padre de los vampiros, o el sire según algunas publicaciones, este sería elegido según su capacidad para atraer y controlar a más zombis a su causa, esto es muy importante, ya que los zombis son un peligro incluso para los vampiros cuando estos pierden el control sobre ellos. Si nos ponemos a hacer cábalas y jugar con los números veremos que diecisiete más uno son dieciocho que dividido por tres, nos salen, tres seises. o sea 666, el número de la bestia. Deberíamos habernos dado cuenta de que estaban utilizando técnicas del averno, pero por desgracia no fue así.
La ilusión por un nuevo amanecer pudo más que la prudencia, dejando una vez más los ciudadanos el poder de decisión en manos de tan execrables seres. Sin hacer alharacas en silencio, llegando acuerdos con sus pseudos rivales, fueron infiltrándose, minando los cimientos, y  echando sus pestilentes raíces en todos los ámbitos de la sociedad.
Abducidos por los vampiros, así están muchos de nuestros representantes en el papel de los Renfield comemierda de turno, haciendo el trabajo sucio a sus mentores. Mientras tanto ellos, los vampiros mayores, algunos llegados mediante la política y otros que siempre han estado ahí, disfrazados, al lado de todos nosotros, están en sus despachos, visten de Armani, algunos más antiguos llevan tirantes rojos para evitar apreturas, desde sus atalayas se dedican a dictar las leyes al oído de sus esclavos, los que ellos han puesto ahí para controlar a los zombis.
Sí, siguen estando ahí, frotándose las manos,  relamiéndose de gusto cada vez que alguno de los habitantes de Bananalandia cargado de ilusión, inicia las pertinentes gestiones para poner un pequeño negocio o firmar una hipoteca.
Los babacas* (babaca: En lenguaje popular brasileiro, tonto, gilipollas)  así se llamaban los habitantes de Bananalandia,  solían ir apresurados de un lado a otro con una sonrisa bobalicona dibujada en la cara cada vez que iniciaban alguna de esas gestiones, todo eso hacía que pareciese que eran seres humanos normales, aunque todos deberíamos haber sospechado, ¿Pero quién iba a ser el que criticase tamaña felicidad? Al fin y al cabo cuando a uno le han sorbido el cerebro pierde su capacidad de autocrítica y todo el sentido común.
Como zombis, así iban los babacas* por la calle. (como iban a ir si no, al fin y al cabo es lo que eran... ejemmm, eramos.) Los vampiros habían logrado su objetivo, la población iba de un lado a otro a las carreras dejando en cada jornada millones de litros de sudor y sangre, licor de vida para los vampiros, estos previamente  habían copado todos los puestos de responsabilidad de la administración, incluso algunos vampiros menores, aquellos situados en lugares claves de la administración, tal como concejales y hasta algún que otro ordenanza o escribiente se permitían la libertad de pegarle un lengüetazo a los babacas.* logrando de esa manera chupar algo de su sudor, cuando estos se acercaban a hacer alguna gestión.
Continuara...

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Como podéis ver, sigo vivo, y os juro que llevo tiempo intentando escribir un artículo sobre lo que en esta vieja piel de toro está ocurrien...