miércoles, 10 de septiembre de 2014

Soñé que era mujer.




A veces el subconsciente nos juega malas pasadas, de tal manera que según y cómo se haya desarrollado tu jornada, los acontecimientos, noticias, discusiones, proyectos o deseos, así tú mente tratará de buscar el subterfugio, o la solución a tus anhelos…

Amo a todo ser viviente… bueno… casi a todos. Pero por regla general a todas las mujeres, por su belleza, perfección, capacidad de trabajo, por su capacidad de sacrificio por los demás… por su olor… Podría estar horas buscando motivos y creo que me dejaría alguno en el tintero.

Vivimos tiempos difíciles para todos, pero a la mujer siempre le caen los palos más gordos, esté bien la sociedad, o esté mal. El caso es, que a raíz de unas tenebrosas noticias postadas en el Facebook,  que me han tenido  indignado todo el día, y sigo estándolo, soñé que era mujer.

Las noticias en cuestión nos hablan, con pelos y señales de la barbarie que  están cometiendo unos seres miserables que se arrogan el derecho de cortar cabezas, imponer religión y moral, aparte de mutilar mujeres por decreto, o venderlas como esclavas si no se someten a su voluntad, y sin distinción de edad, al punto de vender niñas de siete años o menos para hacer con ellas sabe Dios que.

Soñé que era mujer, pero fue un sueño de hombre, en mi sueño yo me veía, tal y como se ve en una película cuando al actor lo enfocan por detrás y tan solo se le ve la mitad del rostro, pero era un rostro de mujer. Es más, diría que era el rostro de Irene Papas.

Estaba yo en una jaima en el desierto, vestid@ de negro, alrededor de la jaima, una especie de cercado con algunos jirones de tela que bailaban según soplaba el scirocco. Lo que deberían de ser estacas de madera del cercado, en realidad eran huesos, sí huesos, pero no unos huesos cualquiera, eran huesos de cerdo.

La jaima albergaba una especie de taller, forja incluida… Una forja en el desierto… Las labores a las que estaba destinado dicho taller, era la elaboración de todo tipo de armas, con una peculiaridad: En todas las armas sin excepción se incluía el hueso de cerdo. Si, se trataba de armas de corte, como espadas, cimitarras o similares, se le daba forma al hueso y luego se le encastraba el filo de acero, las flechas eran elaboradas con puntas de hueso de marrano, así como cualquier tipo de lubricante a utilizar.

Había también un especie de sillón de tortura, -hecho con huesos de cerdo como no,- con correajes de cuero en los reposabrazos y patas,  anchas tiras del mismo material, tanto para el respaldo como para la banqueta, su misión era sujetar bien al incauto que cayese en mis manos, en el centro de la banqueta un agujero…

La característica principal de dicho artefacto, era un enorme pene elaborado con huesos del ya mentado animal, y que mediante unos engranajes convenientemente instalados, hacían que dicho artefacto penetrase por debajo de la silla al pobre infeliz que por un casual tuviese la desgracia de ser el huésped de tan diabólico instrumento.

Allí estaba, a la vista de todo aquél que se aproximase a la jaima. Y allí estaba yo, en medio de las dunas, en cuerpo de mujer, a la cintura un espadón, sola, ojo avizor, mirada de acero, rodeada de pellejos llenos de grasa de cerdo, desafiante, del filo de las armas brotaban destellos a la espera del primer descerebrado que osase penetrar en mis dominios, y ansiosa por hacerle probar tan magnifico aparato al primer talibán que se pusiese a mi alcance.

Soñé que era mujer pero, era un sueño de hombre…

By. Luis Ángel Jul López

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