sábado, 5 de enero de 2019

La lotería.

Le despertó la algarabía, a su alrededor, villancicos, risas y el típico "plop" del descorche de botellas de champán, los empujones y tropiezos de la gente casi dieron al traste con aquella habitación improvisada de cartón…

También estaba aquél maldito picazón en el tobillo que le había amargado la noche, encajonado, entre los cartones apenas se podía doblar, de manera que se dispuso a eliminar dicho picor con las uñas de los pies, lo cual le recordó que hacía mucho no se las cortaba, y el motivo de los "tomates" que lucía en sus viejos calcetines ya apenas dignos de tal nombre.

  Se dijo para sí mismo que ya no podría dormir más, sin que nadie se fijase en él, emergió de entre los cartones cual hombre invisible.

- El día de la salud pensó.-

Para él, todos los días lo eran, de eso hacía ya más de siete años.

Puso rumbo hacia una fuente, no, sin antes recoger del suelo unos cuantos décimos, siempre había algún despistado, que desechaba algún reintegro antes de verificar la pedrea, y veinte euros para él, eran toda una fortuna…

Se aseó, como siempre, lo hacía todas las mañanas, afeitándose ante el cristal de algún escaparate, tenía por costumbre estar presentable por si surgía alguna oportunidad de trabajo, algún fin de año había trabajado de camarero, eran dos, o tres días que le garantizarían comida para todo el mes de enero.

Volvió sobre sus pasos al soportal donde solía dormir, al lado de la administración de loterías, frente al Banco Santander, estaba seguro, presentía que algo iba a caer, los cartones que le habían servido de habitación, ahora chorreaban champán.

Allí seguían, el dorado líquido corría generoso y con alegría, un viandante, que parecía no participar de la alegría general, maldecía su suerte.

-Maldita sea, lo tenía al lado… casi me toca.-

El desconocido se aproximó de él, iba irado, en las manos llevaba un par de décimos.

-Maldita sea, por un número, un puto número.-

-Te los regalo, dijo airado el desconocido.-

Sin mediar más palabra y con gesto despectivo, el desconocido personaje le endosó un par de décimos, metiéndolos en el bolsillo de su vieja americana, y, rematando la jugada con un par de palmaditas.

Se fue refunfuñando.

Arístides se quedó un rato mirando cómo se alejaba el desconocido, pronto vino uno de los agraciados y le obsequió con una botella, haciéndole partícipe de la fiesta.

Mezclado entre los ganadores, bañado en champán, ya perdida la esperanza de que alguien le llamase para hacer un extra  debido a su aspecto de "agraciado," Pensó: Quizás alguien me invite, por lo menos comería gratis.

Entre los afortunados, y, a la caza del tesoro, se hallaban los representantes de la banca, cual depredadores, acechando sus presas, tratando de hacer el agosto en pleno diciembre.

Arístides los conocía bien, gracias a ellos, a sus mentiras, medias verdades y tejemanejes, había perdido todo su patrimonio, la familia y el futuro que en su momento se vislumbraba halagüeño.

La sola visión de tales personajes le producía rechazo. Pensó: Lo bueno de ser un miserable, es que no tendré que tratar más con ciertas alimañas...

Estaba equivocado, la ambición desmedida, el amor a las comisiones prometidas por la captación de depósitos, haría con que Arístides volviese a pisar moqueta en el despacho del director.

Se llevó la botella a los labios y bebió como un afortunado más, el día estaba "perdido," oliendo a champán y con la ropa empapada, seguro que nadie le daría trabajo  ni de friegaplatos por muy apurados que estuvieran.

Desde el otro lado de la acera se vio reflejado en el escaparate del Santander y le entró la risa…

Supongo fue aquella sonrisa lo que atrajo al director, se acercó a él con su mejor cara, apestando a alcohol de tanto trago amigo.

-Hola, me llamo Fulgencio, soy director del Santander,- dijo con voz pastosa.-

 -Enhorabuena, veo que eres uno de los agraciados… En el Santander te daremos las mejores condiciones y podrás disponer de tu dinero cuando lo desees…-

Arístides no daba crédito a lo que estaba sucediendo.

-Pero, si yo no…-

-Nada más que hablar,- Dijo Fulgencio arrastrándole hacía la oficina al otro lado de la calle, al tiempo que echaba el brazo sobre sus hombros, y posaba una lasciva mirada sobre los décimos que apuntaban por el bolsillo de la vieja americana.

D. Fulgencio, como le llamaban en la oficina ordenó unos cafés.

-Para despejar un poco los efluvios del champán.- Dijo a la vez que ofrecía asiento a su invitado.

Arístides desconcertado pensaba, -¿Qué haría el viejo cuando se diese cuenta de que no había premio?-

Con la confianza que da estar en terreno conocido, Fulgencio alargó su mano cogiendo los décimos del bolsillo de la vieja americana, Arístides palideció a la vez que se incorporaba violentamente.

-Cálmate hombre, cálmate, te vamos abrir una cuenta, y de regalo te vas a ir de crucero por el Caribe.-

Arístides apenas le pudo oír, con sus ojos fijos en los décimos, apenas podía dar crédito a lo que estaba viendo.

¿Se había equivocado aquél misterioso viandante? ¿Un ángel enviado por el señor quizás? Era el gordo…

Le entró un mareo,  con la vista nublada pudo ver, como D. Fulgencio metía los decimos en un sobre y los mandaba a la caja fuerte mientras ordenaba la apertura de una cuenta a su nombre.

Era día de reyes, Arístides se hallaba a bordo de un crucero de lujo rumbo al Caribe, siete años de miseria, hambre, frío y humillaciones. Casi no se lo podía creer,  no podía dejar de pensar en aquél desconocido.

A la  vez, en la oficina del Santander, el jefe de zona exigía responsabilidades y saber quien había tomado dos décimos, en los cuales no coincidía el último guarismo con el número premiado.

D. Fulgencio acojonado, tan solo acertaba a murmurar:

-Maldita sea, por un número, un puto número.-


By. Luis Ángel Jul López

¿Hay alguien ahí?

  A pesar del estruendo, del ruido de escombros cayendo, de lo absurdo de la demolición, del volado, y la violación de las normas, a pes...