A veces el
subconsciente nos juega malas pasadas, de tal manera que según y cómo se haya
desarrollado tu jornada, los acontecimientos, noticias, discusiones, proyectos
o deseos, así tú mente tratará de buscar el subterfugio, o la solución a tus
anhelos…
Amo a todo
ser viviente… bueno… casi a todos. Pero por regla general a todas las mujeres,
por su belleza, perfección, capacidad de trabajo, por su capacidad de
sacrificio por los demás… por su olor… Podría estar horas buscando motivos y creo
que me dejaría alguno en el tintero.
Vivimos
tiempos difíciles para todos, pero a la mujer siempre le caen los palos más
gordos, esté bien la sociedad, o esté mal. El caso es, que a raíz de unas
tenebrosas noticias postadas en el Facebook,
que me han tenido indignado todo
el día, y sigo estándolo, soñé que era mujer.
Las noticias
en cuestión nos hablan, con pelos y señales de la barbarie que están cometiendo unos seres miserables que se
arrogan el derecho de cortar cabezas, imponer religión y moral, aparte de
mutilar mujeres por decreto, o venderlas como esclavas si no se someten a su
voluntad, y sin distinción de edad, al punto de vender niñas de siete años o
menos para hacer con ellas sabe Dios que.
Soñé que era
mujer, pero fue un sueño de hombre, en mi sueño yo me veía, tal y como se ve en
una película cuando al actor lo enfocan por detrás y tan solo se le ve la mitad
del rostro, pero era un rostro de mujer. Es más, diría que era el rostro de
Irene Papas.
Estaba yo en una
jaima en el desierto, vestid@ de negro, alrededor de la jaima, una especie de
cercado con algunos jirones de tela que bailaban según soplaba el scirocco. Lo
que deberían de ser estacas de madera del cercado, en realidad eran huesos, sí
huesos, pero no unos huesos cualquiera, eran huesos de cerdo.
La jaima
albergaba una especie de taller, forja incluida… Una forja en el desierto… Las
labores a las que estaba destinado dicho taller, era la elaboración de todo
tipo de armas, con una peculiaridad: En todas las armas sin excepción se
incluía el hueso de cerdo. Si, se trataba de armas de corte, como espadas, cimitarras o similares, se le daba forma al hueso y luego se le encastraba el
filo de acero, las flechas eran elaboradas con puntas de hueso de marrano, así
como cualquier tipo de lubricante a utilizar.
Había también
un especie de sillón de tortura, -hecho con huesos de cerdo como no,- con
correajes de cuero en los reposabrazos y patas, anchas tiras del mismo material, tanto para el
respaldo como para la banqueta, su misión era sujetar bien al incauto que
cayese en mis manos, en el centro de la banqueta un agujero…
La característica
principal de dicho artefacto, era un enorme pene elaborado con huesos del ya
mentado animal, y que mediante unos engranajes convenientemente instalados, hacían que dicho artefacto penetrase por debajo de la silla al pobre infeliz que
por un casual tuviese la desgracia de ser el huésped de tan diabólico
instrumento.
Allí estaba, a
la vista de todo aquél que se aproximase a la jaima. Y allí estaba yo, en medio de las dunas, en cuerpo de mujer, a la cintura un espadón, sola, ojo avizor, mirada
de acero, rodeada de pellejos llenos de grasa de cerdo, desafiante, del filo de
las armas brotaban destellos a la espera del primer descerebrado que osase penetrar
en mis dominios, y ansiosa por hacerle probar tan magnifico aparato al primer
talibán que se pusiese a mi alcance.
Soñé que era
mujer pero, era un sueño de hombre…
By. Luis Ángel Jul López
By. Luis Ángel Jul López