Érase una vez
un hermoso país al sur de Europa, donde sus habitantes disfrutaban de la luz
del Sol, las playas, el flamenco, muñeiras, jotas y sardanas. Un país en el que
los emigrantes cuando se reunían lejos de sus hogares cantaban el Asturias
patria querida, tomaban pulpo a feira y tortilla de patatas en el centro
gallego de turno. Omitiré el nombre de
aquel extinto país pues no quiero despertar los recuerdos ni hurgar en las heridas por cicatrizar de los ciudadanos
que todavía sienten orgullo de tan denostada nación, de los que no reniegan de
sus orígenes sienten orgullo de ser
Españ… esto… perdonen, es que se me van los dedos, se dejan llevar por el
corazón al igual que mis ojos se empeñan en derramar unas lágrimas por los
recuerdos de un país el cual parece que nunca hubiera existido.
Bueno, como
forma de hacer mención a dicho país para seguir con el relato, le pondré
nombre, el más adecuado para el momento actual. A saber (snif.) Bananalandia.
Como muchos
países latinos, Bananalandia tenía la desgracia de haber sufrido una guerra
hacía ya algunos años, guerra provocada por los vampiros. Sí, sí señor, como lo
oyen, vampiros. Por aquel entonces la población no sabía mucho de esas cosas,
ya se sabe, poca cultura tanto por la época, como por los medios de
información.
El caso es
que los vampiros, ávidos de sangre. (Eso es lo suyo) tratando de dilucidar sus cuitas, comenzaron
poco a poco a sorberle el cerebro a la población transformándolos de esta
manera en zombis. La lucha por el poder derivó en algaradas callejeras,
asesinatos de curas, violación de monjas y quemas de iglesias, amén (upsss.) de
licenciar de esta vida a los que no pensaban como ellos, faltaría más, al fin y
al cabo eran sus enemigos naturales.
Quiero hacer
un inciso para aclarar que lo de pensar es solamente una forma de expresión, al
fin y al cabo todos sabemos que los zombis no tienen cerebro.
Continuara...
Continuara...
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